«T». Número 13: Hoy y el caos

Ayer fue un día regular. Que me dio —ya veis— por sentir algo así como un vacío. Quizá fue por el cansancio acumulado del fin de semana. Pero así es, me sentí medio zombie. Y la verdad es que no había una razón concreta para ello. Así que si Patton hubiera aparecido por la puerta, si me hubiera cogido de la pechera y me hubiera dado un meneo motivador, no habría sabido qué decirle.
Ir a trabajar me vino bien. Introducirme en una rutina activa. Y hablar con «R», claro. «R» siempre está ahí. Le debo unas cuantas. Ya de noche, me sentí mejor, y mi cabeza volvió a ser un hervidero, un caos proactivo, algo ‘divertido’.

La verdad es que no tengo un tema concreto del que hablaros hoy. Bueno, sí tengo. Podría hablar de un montón de cosas. Aunque, dentro de mí, ha surgido el impulso de escribir un post casi automático, algo caótico. No pensar, escribir. Y de hecho, es lo que estoy haciendo ahora mismo. Siempre quise realizar este experimento. Escribir sin darle tiempo a la mente a organizar las ideas. Por ejemplo: esta mañana comencé el lunes tomando un Bloody Mary con Kelly Boom, una amiga que vive a unas paradas de metro de mí. Le encanta añadir a los cócteles todo lo que encuentra en el frigo. Así que, en cierto momento, el Bloody Mary parecía más una sopa que un tónico o revitalizante. Maldita sea, si hasta unas hojas de apio sobresalían del vaso. Por lo demás, estaba muy rico. Hace un par de años que conozco a Miss Boom. Hablamos de mucho o de nada y ella hace twerking en el pasillo delante del espejo. Así son nuestras citas. Otras veces vamos al cine. O me enseña la ropa que compra, en mitad de plazas llenas de gente. Se la prueba y dice, gritando: «¿a que es lo más?» Y yo la miro y le digo lo que me parece.
Después del Bloody Mary, Kelly ha preparado una pasta con tomate y guisantes. Los guisantes estaban tan congelados que hemos tenido que golpearlos como si no hubiera mañana. redlionbloodymary

Kelly me ha contado que a veces se siente un fraude, porque últimamente no logra levantarse a tiempo. Oye su despertador y lo apaga. Ocho minutos más tarde vuelve a sonar. Y ella lo vuelve a apagar. Y así durante horas. Y yo sé lo que es eso, porque lo he hecho alguna que otra vez en mi vida. Maldita sea, cuando siento ese vacío, es difícil levantarse a tiempo. Pero no me queda ninguna duda de que es lo que hay que hacer.

Tras comer, he propuesto a Kelly salir a tomar un café. Y así hemos hecho. Nos hemos acercado hasta una terraza cercana en la que un sol justiciero calentaba noviembre. Hasta nos hemos quitado los abrigos.
Kelly me ha contado su idea entonces acerca de las cremas. Por lo visto, guarda cremas en su baño que ha ido almacenando, pero que no utiliza con asiduidad. Vamos, que las usa un día o dos, luego duda de su efectividad y se pregunta frente al espejo: «¿funcionará realmente esto? Va, no sé». Y se olvida. Hasta que al día siguiente pasa por cualquier farmacia. Entonces, ve otra crema, se acerca al expositor y lee detenidamente sus promesas. Se enamora de esa crema y la compra. Y entonces vuelve a empezar el ciclo.
Así que le he propuesto que compre un barreño, que vacíe dentro todas las cremas atrasadas que tiene en casa, y que después, remueva la mezcla. En mi cabeza he visto la posibilidad de que entonces consiga una supercrema, que el contenido de todos esos tubos y tarros de colores vivos y llamativos, o sobrios y elegantes se unan en simbiosis glamourosa y venzan para siempre las probables impurezas de la piel femenina.
A Kelly le ha gustado mucho la idea. De hecho, no descarta realizar el experimento. Dice que quizá funcione de forma parecida a como lo hizo con Obelix la marmita donde cayó de pequeño, y por lo que el personaje tiene esa fuerza para siempre. Sólo que, en este caso, dice Kelly, ella tendría una piel fantástica y suave para toooooda la vida.

En eso estábamos cuando han aparecido un hombre y una mujer delante de nosotros. Llevaban un perro con ellos —muy trabajado su estilismo, por cierto. No sé por qué, le he preguntado a la señora por el nombre del chucho. Bueno, que no era un chucho, pero vamos, ya me entendéis. Su nombre era Lieve, creo, así como en alemán. Y luego me he

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Todo puede ocurrir.

preguntado a mí mismo por qué habría abierto conversación con esas personas, porque en realidad me importaba una mierda cómo se llamara aquel perro.
Pero supongo que me gusta hablar con la gente. Así, la mujer nos ha contado que antes vivía en un internado, en Toledo. Y que vivían rodeados de cuadros del Greco (ya sabéis, el Domenico), y que por eso le molestó mucho cuando la Iglesia (en mayúsculas, ya sabéis) se los llevó con la excusa de restaurarlos. Porque en realidad, la Iglesia, decía, se los ha quedado para ella, la acaparadora, aunque reconozca que la propiedad recae sobre el colegio para doncellas de alta alcurnia en el que esta señora vivía.
Ha sido curiosa la charla, aunque me ha molestado un poco que, por sentirse viejos, esa pareja nos haya pedido perdón unas cuantas veces por molestarnos. Maldita sea, yo había iniciado la conversación. Pero en fin, así son las cosas.

Después del café, Kelly y yo hemos ido paseando por un parque hasta su casa. Y a mí me ha dado por canturrear. Kelly me ha dicho que me parecía en eso a su padre, que también canturrea. A través de los árboles, se filtraba un sol de media tarde al que me gustaría definir de alguna forma más precisa, pero como esto es automático, no se me ocurre decir otra cosa que todo era amarillo y verde, y que el cuerpo nota de algún modo que la luz no es de primavera ni de verano.
Y así hemos vuelto a casa de Kelly, canturreando yo y ella cogiéndome del brazo, mirando de vez en cuando al cielo, entornando un ojo por la gran cantidad de luz que caía por todas partes.

Y creo que todo esto continuará en alguna parte…

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