Son las 6.55 de la mañana. Hace algo de frío. Voy a ducharme y a desayunar. Después, me espera una lista de tareas. Tareas que yo escogí ayer noche, y que han de acercarme a mis objetivos. Aunque lo más importante no son los objetivos en sí. Lo esencial es mantener el ritmo, mantener la rueda en movimiento. Porque así, ‘vives’, entras en contacto con el entorno, intercambias actos y vuelcas tu mente y tu cuerpo en la realidad.
Lo dicho, me ducho, desayuno y vuelvo. Hasta ahora.
Ya estoy de vuelta. Ahora está entrando aire realmente frío por la ventana. Pero la habitación ya está ventilada. La cierro y me siento. Huelo a nuevo. Me gusta.
Bien, esta imagen que veis arriba describe las capacidades o inclinaciones de cada hemisferio del cerebro. Algo de lo que ya habréis oído hablar en otras ocasiones. Esto es lo que se supone que vamos a volcar sobre la realidad, nuestra propia configuración actual. Digo actual porque no está claro que mantengamos la misma durante mucho tiempo.
Es cierto que podemos tener una facilidad o un talento natural escorado hacia uno de los dos hemisferios. ¿Viene de fábrica esta predisposición? ¿La ‘aprendimos’, la ‘instalamos’ durante la infancia y años posteriores? Quizás ambas cosas sean ciertas. Pero aún así, deberíamos estar alertas ante un encasillamiento de la personalidad, ya sea por parte de otras personas, o de nosotros mismos. Porque si sirven de algo para nuestra ambición, para nuestro deseo, deberemos cultivar áreas poco trabajadas en nuestro interior. Y en ese momento, podemos tender a juzgar que nosotros no estamos preparados para algún ámbito, para cierta y determinada tarea. Lo que puede ser verdad en parte.
Hay algunas consideraciones al respecto que me gustaría hacer. Una de ellas concierne al hecho de que el cerebro y los otros componentes del cuerpo no están separados. Sí, parece de perogrullo esto que acabo de decir. Pero no lo es. ¿Cuántas veces se hace referencia en la vida cotidiana a la mente y al cuerpo como una dualidad? Recuerdo ahora aquella

famosa frase de «Mens sana in corpore sano», que en nuestro tiempo hemos venido a usar con el significado aproximado de: «Trabaja tu mente y también tu cuerpo para encontrar la virtud y el equilibrio». Lo que viene a incidir de nuevo, implícitamente, en esa supuesta separación de lo mental y lo físico.
Por supuesto, estas dos partes se nos revelan como muy diferentes o características. Lo físico se palpa, lo mental se intuye, pertenece al terreno de las sombras. O así pensamos.
Porque al fin y al cabo, la mente está construida de materia somática. El hecho de que no podamos asir nuestros pensamientos como haríamos con un objeto común —una silla o un vaso—, no quiere decir que no tengan una naturaleza física. De hecho, ahora mismo se me ocurre definir al pensamiento (mientras me doy cuenta de haber usado acondicionador en vez de champú. ¿Quién coño ha comprado acondicionador?) como «la mano que mueve a la mano». O si queréis llamarlo de otra forma: Voluntad (ésta, por supuesto, es sólo una más entre las posibles manifestaciones del pensamiento).
(Para los interesados en investigar más sobre la unión entre cuerpo y mente, es interesante, a nivel físico, que el cerebro esté protegido por una barrera llamada hematoencefálica. Esta barrera actúa de manera eficaz al proteger al cerebro de la mayoría de los patógenos, separando selectivamente la sangre que circula en el fluído extracelular cerebral. Pero esto no quiere decir que el cerebro y el cuerpo sean autónomos. Están, claro, perfectamente comunicados. Forman un todo).
Pero volvamos al dicho. A ese «Mens sana in corpore sano». Ésta es la traducción al español de las líneas latinas que contienen la cita:
Se debe orar que se nos conceda una mente sana en un cuerpo sano.
Pedid un alma fuerte que carezca de miedo a la muerte,
Que considere el espacio de vida restante entre los regalos de la naturaleza.,
Que pueda soportar cualquier clase de esfuerzos,
Que no sepa de ira, y esté libre de deseos
Y crea que las adversidades y los terribles trabajos de Hércules son mejores que las satisfacciones, la fastuosa cena y la placentera cama de plumas de Sardanápalo,
Te muestro lo que tú mismo puedes darte, con certeza que la virtud es la única senda para una vida tranquila.
Como veréis, la cita no tiene mucho que ver con el significado que hemos venido a darle nosotros en la actualidad. Al menos, no exactamente. Los romanos del siglo II parecían hablar de lo que ellos pensaban era virtud y equilibrio. De esfuerzo productivo y desconfianza hacia los placeres vanos. Nosotros hablamos quizá de meditación y gimnasio. Y jamás de negación de placeres, claro.
De todas formas, no olvidemos que ciertos romanos podían escribir textos así, pero otra cosa bien distinta es que predicaran con el ejemplo. Lo que nos lleva a otra cuestión importante también, relacionada con lo que estamos tratando.
Si al leer esas líneas traducidas del latín las habéis comparado con la filosofía de vida que tenéis u os gustaría tener, pensad esto: la verdad sobre cómo vivir la vida no está ni en esas líneas ni en cómo las interpretamos nosotros ahora. Y sí quizá en un compendio de ambas. O en ninguna. Eso has de decidirlo tú. Pero ten en cuenta una cosa. A veces prestamos una atención desmedida a lo antiguo, a lo clásico, simplemente por el hecho de provenir de un pasado remoto. Se nos visten sus expresiones, tan diferentes y hermosas a veces, como verdades enigmáticas o sencillas, que poseen un valor digno de admiración por el mero hecho de ser historia. Sin embargo, ¿creéis que aquellos hombres tenían la capacidad de saber más sobre la vida que nosotros mismos? La respuesta, desde luego, es no. ¿Acaso pensamos que aquellas máximas o citas provienen de hombres absolutamente libres? No. También estaban influenciados por un contexto social, cultural, político… Y muchos de ellos podrían haber cambiado de parecer de haber vivido hasta nuestros días.
Nuestra era puede albergar genios como los albergaron otras. Y nuestra época puede ser tan intensa como cualquiera del pasado. Lo que ocurre es que la nuestra nos parece cotidiana, y aquellas remotas, misteriosas o fabulísticas. Yo no quiero, por ejemplo, una vida libre de deseos o ‘tranquila’ (mi concepto de ‘tranquilidad’ quizá difiera del de Roma, eso es cierto), pero si admiro la llamada que hace el texto hacia el esfuerzo.

De la misma forma, quiero apuntar también que podemos pecar de lo contrario, y despreciar el pasado, pensando que hemos evolucionado lo suficiente para haber superado la historia. Éste tal vez constituya un error más grave que aquél de adorar a los hombres pasados simplemente por haber vivido en el pasado. Pues la vanidad de creerse en el mejor de los momentos posibles, la de nadar a favor de la corriente o moda que se imponga en nuestro presente, no tiene nada que ver con el orgullo de sentirse vivo en el ahora, de aportar nuestro grano de arena, de reinventar la historia, de saberse de la misma talla humana que cualquier hombre del pasado.
Hay que experimentar, y poner en tela de juicio lo que haga falta. Actuar, esforzarse, disfrutar. Y seguir experimentando.
Volviendo a las cuestiones que trataba en el principio de este post, hay otra cuestión que es interesante plantearse.
Si uno puede trabajar su cuerpo, hacerlo cambiar… ¿Puede uno trabajar su mente, hacerla cambiar o evolucionar? Supongo que todos estaremos de acuerdo en que sí.
Aunque alguien dirá ahora, tal vez: «sí, pero existe una base que no puede cambiarse». Es verdad, quizá sea cierto. De la misma forma en que no puedo ser de raza negra si he nacido blanco, quizá no pueda convertir radicalmente una configuración básica de mi mente. Pero el problema aquí es que hemos vivido mucho tiempo en base a patrones mentales que nos hacen pensar que somos de una u otra forma. Nos hemos acostumbrado a ser, por lo tanto, quienes ‘somos’.

Deberíamos pararnos un momento, entonces. Sólo un momento ¿eh? Y mirarnos adentro. ¿Yo he sido siempre así? ¿Quién soy? ¿Cuál es mi mejor versión? ¿Qué quiero ser?
¿No creéis que a lo largo del tiempo hemos establecido patrones neuronales a los que nos hemos acostumbrado, a los que hemos tomado como ciertos por pura y simple inercia? Yo creo que sí. Y la idea no me gusta nada…
Me preparo otro café. Ya he entrado en calor. Ahora vuelvo al ordenador, para acabar la entrada. Debo acabar esta entrada.
La releo. ¿Tiene algún sentido?
Pues supongo que sí. Aunque quizá me ha quedado larga. Al fin y al cabo, todo este post, todas estas divagaciones, tenían en principio el único objetivo de hablar sobre la voluntad.
Son las 7:50 de la mañana.
¿Y sabéis qué creo?
Que haga frío o calor, llueva o truene, es mejor que te levantes de esa cama en la que tan bien estás, y que comiences a trabajar tu configuración, sea cual sea, y a volcarla sobre la realidad.
Interactuemos. A ver qué ocurre.
Ya habrá tiempo de dormir. Y de estar tranquilos.
¿Quién cojones habrá comprado acondicionador?