Veamos, acabo de leer este texto humorístico:
«Esperar a que la noche llegue a su fin se me hace cada vez más duro. Ayer experimenté la incómoda sensación de que unos cuantos hombres intentaban irrumpir en mi cuarto para lavarme la cabeza. Pero ¿por qué? (…) Cuando por fin logré dormirme, volví a padecer ese horrible sueño en el que una ardilla trata de cobrarme como premio de una rifa. Desesperanza».
Este párrafo absurdo fue escrito por Allan Stewart Königsberg, más conocido, claro, como Woody Allen. Lo podéis encontrar en su selección de memorándums, dentro del libro ‘Sin Plumas’, editado por Tusquets Editores. El libro, por otra parte, contiene un montón de estupideces parecidas a esta :); y si uno es propenso a sonreír con el humor de Allen —o, sin serlo, sabe subirse a su tren—, pasará un jodido buen rato, sin duda.
Sin embargo, puede ser curioso que este escrito —u otros del libro, supongo—, Allen lo escribiera deprimido. No es que yo sepa que fue así. No poseo la más mínima certeza sobre ello. Pero no sería de extrañar, conociendo la trayectoria del sujeto.

La verdad es que el humor puede actuar como válvula de escape. Pero tengo ganas de considerar otras cosas acerca de esto.
«¡Oh, no! ¿Considerar cosas acerca del humor? ¿Pero qué demonios es esto?»
Esto es lo que yo hubiera podido gritar si hubiera encontrado este post en internet. Y luego hubiera añadido: ¿Por qué pensar sobre esto? ¡Actúa! ¡Sé espontáneo! ¡Vive! 🙂
A veces, creemos cierta la falsa dicotomía que concibe que existen personas teóricas o personas de acción. Puede haberlas, sin duda, pero normalmente, estas dos características (la teoría y la acción) se mezclan en todos nosotros en diferentes grados. Y eso mola. Porque el conocimiento es divertido. Porque la acción es divertida. Y alimentar estos dos ámbitos, al fin y al cabo, puede dar por resultado una vida espectacular.
Voy a citar otra cosilla ahora; algo que he encontrado por ahí (¿se nota que hoy el post me lo están haciendo otros? Cachis…)
«En su breve escrito de 1927 “El humor” Freud pone el ejemplo de un preso que va a ser colgado en la horca un lunes y, ante esta situación, el reo dice “¡Bonita manera de empezar la semana!”. (…) Lo que hace el preso en el ejemplo es negar la realidad, superándola y despreciándola mediante la broma».
«Si el preso del ejemplo hubiese dicho: “Bueno, voy a morir; tampoco se va a parar el mundo por eso” o “He vivido y he gozado, ahora llegó mi hora” podemos admitir que su actitud sería grandiosa, noble o valerosa, sin embargo, no encontramos en estas dos actitudes (…) ni pizca de humor ¿por qué? La diferencia estriba en que en estas actitudes el preso se enfrenta a la realidad y a su dramatismo sin negarles entidad; la realidad se presenta como una fuente de displacer, pero ese displacer es superado por la resignación.
En el humor ese displacer sencillamente se niega. El condenado que ante una horca exclama “¡Vaya manera de empezar la semana!” hace un acto de humor porque no se enfrenta a la realidad ni al dolor sino que se rebela ante él. En el humor triunfa el principio del placer sobre el principio de realidad… ¡pero esto es lo que ocurre precisamente en una psicopatología!
El mitómano que fantasea sobre sí, creyéndose (…) Napoleón, no puede enfrentarse a su mediocre realidad y debe transformarla: la niega y la reconstruye. En este punto el humor se acerca a la patología que niega la realidad, pero se diferencia de ella por su carácter meramente negacionista y la no elaboración de una fantasía sustitutiva de la realidad».
(El artículo entero lo podéis leer en la página La Sangre del León Verde)

Bueno, ¿ya habéis leído la parrafada? Pues eso. Que no perdáis el humor, sea cual sea vuestra situación. Es un arma muy valiosa contra el infortunio y el desatino. Una forma más de rebelarse. Y una herramienta fundamental y preciosa en los buenos momentos.
Quería añadir también algo que a mí me ha resultado interesante en los últimos tiempos, y que he observado en varias personas. Hay una diferencia entre rebelarse y reírse de una situación y reírse de sí mismo. Si lo primero parece ser bastante sano (sobre todo, si a la vez pones en marcha actos que reviertan la situación), lo segundo puede ser muy dañino. Y es posible que ni te des cuenta de la diferencia. Pero, hey, que no es lo mismo. No te rindas a la frustración, no pienses que es humor el castigarte con chistes hirientes sobre tu momento actual. ¿Sabéis a lo que me refiero, no? A ese humor resignado que ahonda en la depresión. A ese pensar que esa situación es tu destino y a la aceptación negra de éste. Que no. Que eso es victimismo y autocompasión barata.
El otro día, en el metro, una chica estaba sentada a mi lado. Estaba enfurruñada, o incluso a punto de llorar. En fin, llevaba más mala cara que los pollos del Mercadona. Y me acerqué y le dije: «Hey, ¿te pasa algo?» No sé por qué lo hice, pero lo hice. Su contestación fue débil, aunque tajante: «No». Punto. Y es verdad, ¿quién soy yo para meterme en la vida de extraños? Pero oye, que yo actúo 😉
Dos paradas más tarde, la chica se bajó del vagón y la vi recorrer los pasillos, con más pena que gloria. Y me sentí como el pavo éste de la ilustración que encabeza la entrada. Y con esa actitud, le volví a hablar. Le dije, en mis pensamientos: «No seas tonta. Guíñale un ojo al destino. No olvides el humor, rubia».
Y ahora que ya he (me han) escrito la entrada, vámonos por ahí a ser espontáneos. Y a vivir, coño.