«T». Número 7: El Plan

Han pasado unos días desde que salí con «P». La noche fue normal. Agradable. Pero no vivo un momento en el que sienta que así deben ser las noches.
Esto lo pensaba también entonces, mientras caminábamos por grandes avenidas —salpicadas de pubs, restaurantes, de teatros y cines— o por algún barrio pequeño (con sus bares, escondidos y peculiares). Hablábamos («P» tiene buena conversación) y, desde luego, nos emborrachamos («P» también tiene buen beber). Pero de alguna forma, me sentía alejado de allí, de los locales a los que entrábamos, de las calles y plazas llenas de gente.
Cuando las cosas van bien, siento, de algún modo, que entro espontáneamente en contacto con la ciudad. Que ésta es un tablero multicolor. Y en sus variados rincones, aguardan vivencias de todo tipo. Vivencias que brotan o surgen, claro está, para ser vividas. Este término es importante, lo es mucho. Porque he de reconocer que en los últimos tiempos, he sentido a mi alrededor un intenso vacío. El tablero multicolor, con sus casillas benévolas o pasionales, con sus tramos ponzoñosos o negros, se ha convertido en un estrecho laberinto, de color gris. Y hay más. Dentro de él, tengo la extraña impresión de buscar al minotauro. Lo que ocurre —al menos hasta ahora— es que no sé muy bien de qué armas dispongo para vencerlo. Ni cuándo demonios me adentré en esta intrincada y solitaria construcción.
(Para aquellos que quieran recordar el mito: El mito del Minotauro

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El minotauro de mi laberinto no es furioso. Ni posee los atributos bravos de una bestia. De hecho, me roba la furia, el fuego, y los amasa hasta convertirlos en molicie y apatía. Yo no soy el minotauro.

Además, rara es la vez que avisto su silueta. Sí, la del Minotauro. Creo verlo deslizarse, tras algún recodo mal iluminado. Pero, aunque se supone que es más grande que yo, parece rehuirme. O quizá… tan sólo se mofa de mí.
Sin embargo, otras veces, me sorprendo a mí mismo, observando mi sombra. Por un instante, distingo en ella el perfil del monstruo; y es una sensación que no sé cómo explicar. Porque miro hacia atrás y no veo a nadie. Mi sombra vuelve a ser normal. Quizá el minotauro, entonces, no sea mayor que yo, y por eso se esconde. Tal vez, incluso, lo he llevado conmigo todo este tiempo.
Y, creedme, es hora de ponerle nombre y desenmascararlo.
Porque es un paso necesario. Un paso esencial. Un paso de gigante para volver a palpar las ciudades, para volver a sus gentes; y, en definitiva, para volver a toda una variada y extensa gama de experiencias vitales.

Debo aceptarlo si quiero cambiar, si quiero evolucionar. Es posible que éste vacío alrededor no sea sino mi propio y actual vacío. El reflejo de estar bajo el yugo de un hastío.
¿Y… por qué he llegado a esta situación? Pues supongo que por diversas razones. Ahora mismo me costaría resumirlas, lo reconozco. En otro momento indagaré en ellas. Porque este post lo empecé pensando en un plan de choque. En un plan que, primero, hiciera las veces de antorcha. Para atacar el gris del laberinto, para iluminar sus grietas y ponderar su gravedad. En un plan que, de revelarse idóneo, se tornase después afilado, como un cuchillo. Tan afilado como el puñal de Teseo, el héroe griego, al abatir a la bestia en su oscuro escondite.

Y este plan sí puedo resumirlo ahora. Y quizá sea tan universal que… se adapte a cualquiera. Siempre que uno se sienta así, de esta forma, tropezado, extrañamente, dentro de sus mismos zapatos.

Veamos. He ido a la cocina. Es de noche y se escucha mejor todo. El silencio de la noche es diferente al del día, me digo. Y mientras preparo café, anoto en un cuaderno:

Un plan
Para recobrar mi espontaneidad y mi impulso vital, es indispensable: Poner en marcha actos.

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Por alguna razón, este post me parece un post ‘fumado’, como varias de las cosas que he creado últimamente. Como si lo hubiera  escrito desdoblado, o como si hubiera salido de mí mismo para hacerlo.

Releo esto. Podría haber escrito ‘Actuar’. Sin duda. Pero no es lo mismo. El término ‘actuar’ podría llevarme erróneamente a la noción de ‘moverme’ o ‘ir de un lado a otro’: ‘estar en movimiento’, vamos. Y también se trata de eso, claro (el agua de la cafetera empieza a borbotear). Pero el término no ataca con minuciosidad el quid de la cuestión.
He de volver a mí, y decidir los actos que voy a poner en marcha. Estos pueden ser muchos: desde salir con amigos o leer un libro, a comenzar estudios… ¡O informarte de qué hacer para aprender a pilotar avionetas! O tal vez retomar ese proyecto abandonado… O… ¿por qué no? Ir a bailar, o a investigar recovecos, en cualquier barrio de la ciudad… Las locuras y los viajes sin planificación son bienvenidos.
Y desde ahí, sólo queda imaginar, seguir tus impulsos cada vez más naturales y ampliar la lista de actos. ¡Reactívate!
Todo esto también tiene que ver, por supuesto, con ser productivo en tu trabajo, y persistente en la consecución de tus deseos. Con adoptar rutinas que te acerquen a tus objetivos.
Recuerda que los actos representan una forma directa de interactuar con la realidad. Hagas lo que hagas, conocerás gente y tu círculo social se agitará en mayor medida. Por lo que tendremos más oportunidades de interactuar. De conocer y ser conocidos. De vivir, al fin y al cabo. Cualquier acto repercutirá en ti, de una u otra forma. Así que si es importante acertar, tal vez sea más importante hacer. La escuela práctica suele ser la mejor vía en cualquier enseñanza.

He de añadir que es importante prestar la mayor atención posible a cada uno de estos actos. Esta es una disciplina que podría salvar vidas, en serio ;). Así que hay que moverse, de manera inteligente.
Si caíste, o si estás solo, si descuidaste la iniciativa y te encuentras perdido —confuso, perezoso, deprimido—, haz por salir del laberinto de confort, porque eso es lo que es. Para acordarte de quién eras, o de quién puedes ser, pon en marcha actos, ábrete a experiencias, aprende, busca. Porque esto equivale, supongo, a palpar y debilitar las paredes de esa prisión mental; a asignarles una medida que a través del mero análisis es difícil de encontrar.
Con esto último, no quiero infravalorar la labor de la reflexión. (No debería tomar café a estas horas, creo que me estoy liando…).

La reflexión es importante, desde luego. Pero comienzo a pensar que, al igual que dicen que una imagen vale más que mil palabras (depende del autor de la imagen y del autor de las palabras, os lo aseguro), un acto vale más que mil análisis. Haz, piensa y haz. Equivócate, pero avanza en la búsqueda. Levántate por las mañanas, y vuelve a trabajarte. De forma variada.
Quizás, en breve, te des una sorpresa a ti mismo. Así que llena las horas. Y si caes, si te pierdes de nuevo, hazte esta pregunta, una y otra vez: ¿eres un hombre o una ameba?

Levántate, y vuelve a buscar. Desde luego, si tomas café y la cafeína te afecta como a mí… actuarás…

Continúa en «T». Número 8. El Plan (II)

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