La palpo por dentro. Su jugo es abundante, y al tirar de ella hacia mí —repetidas veces—, parece romperse un globo de agua en su vagina. Esta carne blanda y húmeda es lo que guardan, lo que protegen sus bragas.
La chica aspira profundamente, y abre sus ojos de par en par. «No, no, no… ¿Qué haces?» Aunque no es un susurro, modula la voz para que no se le oiga en la otra parte del local. Enseguida, consigue sacar su mano de mi pantalón, y me empuja. Intenta zafarse de mí. «Hacer que te corras en la parte de atrás de un pub —digo sonriendo, intentando empatizar con ella— Nadie se enterará. Dime ahora si te has sentido incómoda besándome. Dímelo.»
Su respiración se entrecorta. Intenta cerrar sus piernas. «Sí, bueno, no es… ha sido extrañ…» En ese momento, le aprieto la cabeza contra mi pecho, y con toda mi fuerza, le introduzco el dedo corazón hasta lo más profundo de su coño.
Noto su boca abrirse sobre mi camisa. Sus piernas ceden. Pero consigue guardar silencio. La miro. Tiene los ojos cerrados mientras provoco la segunda sacudida en sus entrañas… y una tercera, y una cuarta… Su coño es agua. Sus manos pierden fuerza sobre mis hombros. Ahora se sujetan sobre mí, en vez de empujarme. «No grites. Enseguida te habrás corrido. Nadie se habrá enterado. Y yo me iré». Su cara se alza. Parece drogada. Con esos ojos semi entornados, y sus piernas temblándole.
Qué delicia tenerla… así. Aprovecho el momento y le doy la vuelta con fuerza. En realidad, creo que lo que hago es estamparla contra la pared. Ya no me controlo. Le sujeto la espalda con una mano, y con la otra casi la levanto del suelo, agarrándole toda la vulva. Después, arrastro con los nudillos su pantalón, hacia abajo.
La chica tiene la mejilla pegada a la pared. Muestra un gesto contraído. Pero no le presto atención. Miro hacia abajo, y al fin distingo sus bragas, de elástico blanco, semi transparentes. Una gota se desprende de mis dedos y enturbia la suave tela. Y sin dejarla pensar, le meto el índice y el corazón hasta el alma. Esta acometida la ha disfrutado, sí señor. Desde atrás, me pego a su cuerpo. Huelo su pelo. Y mi respiración se hace más fuerte en su nuca.
Sus manos se crispan, apoyadas sobre la pared. Hay algo de dolor en ese grito ahogado. Pero también una ventana hacia el placer. Sigo trabajándole el coño. Y su culo se balancea, arriba y abajo, radiante, tenso, cada vez más preparado para albergar una carne más abultada y dura.
Sus manos, indecisas, intentan detener mi brazo. Se las retiro con fuerza. Me pongo a su lado y, desabrochándome la cremallera, vuelvo a introducirle una en mi pantalón. Por instantes, el vaivén se detiene. Pero enseguida, continúo con el mejor trabajo del mundo. Humedecer aún más a este dulce animal. Sujeto con mi mano la suya, y la fuerzo a moverla sobre la columna de mi verga. Me estoy haciendo una paja con su mano. Eso es lo que hago. Ella abre los ojos y mira hacia abajo. Hacia lo que hace con su mano. Tiene la boca abierta. Sus piernas vacilan. Está a punto de explotar. Entonces, subo la intensidad del movimiento, giro mi mano, abarcándole todo su interior, e introduzco un tercer dedo. Después, le meto tan dentro la mano que la fuerzo a ponerse de puntillas. Y ahí me mantengo, haciendo vibrar mi brazo. Sin poderlo evitar, su rostro se echa hacia atrás, se muerde los labios, cierra los ojos y todo su cuerpo tiembla.
Las contracciones que sufre no me dejan darme cuenta que ya no fuerzo su mano. No. Ahora me está haciendo una paja, ella solita. Tensa y destensa mi piel. Disfruta aún de las sacudidas de su orgasmo, y mientras inspira y expira ruborizada, baja el rostro de nuevo, y mira lo que ha terminado por sacar de mi bragueta. Sus ojos se comerían esa polla, hinchada y llena de venas. Se la comerían con ganas. Pero aún no es el momento.
Le doy de nuevo la vuelta, ahora está frente a mí. Le sujeto las manos, en alto. Y la aplasto contra la pared. Noto sus dos mamas encerradas en mi abrazo. Son realmente consistentes. Debo de estar ahogándola. Quiero mordérselas hasta que diga basta. La beso y le lamo el cuello. Le lamo toda la cara, y le clavo los ojos en los suyos. Tiene los pantalones y las bragas por las rodillas. Mi polla se inmiscuye en sus rizos y, moviendo mi culo, ajustándome a su cuerpo, hago descansar la punta del glande en su vulva. Dios… Me mojo de ella. Y siento que su abertura ya está dispuesta para que se la agrande. Para que la abra en canal. Para convertirla en mujer.
«Quieres comerte esta polla, ¿verdad?»
Ella no contesta, pero me sostiene la mirada; respira agitadamente, junto a mí. Le subo la camiseta con brusquedad; estiro su sujetador blanco hacia abajo, y sus redondas y jóvenes tetas se liberan de su atadura. Su areola es grande, tierna y sus pezones oscuros, en forma de dedal, están duros como la piedra.
Cuando me los como, pasando de uno a otro con voracidad, la chica pega la nuca a la pared. Y empieza a ronronear como un gato. Se queja por el primer mordisco, pero le tapo la boca; agarro una de sus mamas con la otra mano y le muerdo otra vez el saliente. Lo chupo, dejo caer sobre él un reguero de saliva, soplo sobre él… y lo vuelvo a morder, tirando hacia un lado, como si quisiera descuajarlo del pecho. Su ronroneo se opone a la tensión de sus brazos. Con ellos me golpea el pecho. Pero mi mano ahoga su chillido.
Le suelto el pezón, retiro la mano de su boca, y escucho su respiración, como la de una bestia. Durante unos momentos, me mira, quizá de forma amenazadora. Es el momento. La agarro de la melena, ya medio suelta, y la empujo hasta la barra. Ha llegado la hora de ensancharle esas caderas bien formadas.
Continúa en «T». Una Primera Noche (y 6)
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