(Si llegas aquí por primera vez, es posible que quieras empezar por el principio de esta historia. Sigue este enlace y los que encontrarás al final de cada entrada. Y ahora, seguimos…)
Cuando la suelto, lo hago más por mantener las formas (las que se pueden mantener aún) que por deseo. Lo que siento, de hecho, no es exactamente excitación. Tiene que ver más con el ansia y el hambre. Con exprimir ese cuerpo —que rebosa un olor a mujer preñable— hasta la extenuación; con llenarlo y fatigarlo a empellones, con usarlo y consumirlo, con volverlo sucio, con engullirlo de forma salvaje. El corazón entero se me ha bajado a la bragueta. Palpita con la cadencia de un reloj, y tensa con empuje los dientes de la cremallera.
La chica mira abajo, e intenta evitar el bulto que llega a mi bolsillo izquierdo. Alza la vista, habla rápido. «Besas algo fuerte, para ser la primera vez…»
Acompaño su risa, y ella junta los labios, distraídamente, secando la saliva que los cubre. Me mira los míos. Y pienso que eso es buena señal. «En un mes habrás cambiado de trabajo. Vas a hacer un viaje a tu tierra y ya no tendrás los problemas familiares que te preocupan. Además, encuentras la fuerza para cumplir uno de tus sueños». La chica no dice nada. Pero me mira con mayor curiosidad. Me río. Le hablo de nuevo. «¿Qué te pasa?» La chica vacila. «Eeeh, nada… ¿En serio?»
«Sí. Bueno, hay un problema con esto de leer tus labios»—le digo.

«¿Por qué?» —me responde con verdadero interés, cosa que me agrada.
Entonces, hago una pausa, y muevo la cabeza en señal de duda. «Pues porque puede influir en lo que hagas a partir de ahora. Así que tienes que poner de tu parte, de todas formas». Y añado una media sonrisa. «Ah, y me ha parecido genial tu beso». Antes de mirarme, la chica mueve sus ojos por la barra. «¿Mi beso?» Casi ríe. «Pero si eres tú el que me ha besado… ¿Cómo te llamas?» Fugazmente, gira su cabeza hacia la otra parte del pub. Y siento que debo actuar rápido.
«Tengo curiosidad por algo. Quiero besarte, una sola vez más. Pero esta vez de forma diferente». La chica comienza su respuesta: «No, porque…» Y yo empiezo la mía: «Sí. No grites, es un trato. Si no, nos van a oír…» La abrazo y la beso, y ella parece resistirse.
Pero esta vez sólo juego con sus labios. Le agarro la mejilla y la nuca con mi mano derecha, y con la izquierda bajo su mano de mi hombro, y la hago descender. Con decisión, la introduzco en mi pantalón, y le abro la palma, junto a mi polla. Que la palpe. La chica suelta entonces unos sonidos guturales, ya que le oprimo con fuerza la boca. Y antes de que pueda hacer algo, pego mi rostro al suyo, y le pregunto al oído: «Dime la verdad, y no-tengas-miedo. ¿Cuando te acuestas con un hombre, te pone que sólo lleve los vaqueros? No pienses. Di la verdad.»
La chica susurra. En ella habitan una duda flexible y el miedo a que la vean allí, de esa guisa. No es mala combinación en la mente de una mujer, pienso. «Eh… Bueno…»
Eso es un sí. Y me refiero, por supuesto, a que haya contestado susurrando. «Vale. Dime la verdad, y ya nos despedimos. Me caes bien, ¿sabes? No eres como la mayoría de chicas… ¿Estás mojada?»
«¿Cómo?… Oye, ¿en serio… tienes una erección? Pero…». Lo que hace ahora se llama echar balones fuera. No mueve su mano, pero la tiene pegada a mi polla. Es el momento de jugársela. Le empujo los labios con los míos hasta que su cabeza choca contra la pared. Y con mi mano derecha, hago espacio entre su pantalón y su vientre. Ahora siento su piel, suave, y el calor de su sangre. Con los dedos índice y corazón, separo el elástico de sus bragas. Todo lo hago de forma decidida, rápida, mientras ella se encoge y se retuerce, como para escaparse.
Ya llego. Ya llego más abajo. Y un buen cúmulo de rizos —me encanta— protege el triángulo por el que muevo mi mano, de izquierda a derecha, en círculos. Nuestros cuerpos luchan, en silencio, y por fin uno de mis dedos resbala por algo más blando. Sus piernas se estrechan, pero mantengo mi mano en su posición. Quizá sea por las contracciones de su cuerpo, pero la suya (su mano) se mueve y entra en contacto con el glande. Estoy tan cerca de ella, que no puede sacar la mano de mi pantalón. Entonces, sitúo una de mis piernas entre sus rodillas. Empujo y consigo abrir algo de espacio entre sus muslos. Y mi mano hiende el cielo…
…Sí, estaba mojada.
Continúa en «T». Una Primera Noche (5)
1 Comment