«R». Vacío

Antes de nada me tengo que perdonar seguir hablando de relaciones, pero no puedo decir todo esto sin referirme a ellas…

1. Presentación

Una de las consecuencias de dejar una relación cuando eres un dependiente emocional (veremos más adelante que esta no es más que una «pata» más del mismo problema), es que te deja destrozado.

Tanto tiempo fundiéndote con la otra persona, buscando complacerla, aliniénandote con ella, termina por acabar contigo. Tú te conviertes un poco en esa persona, eres un apósito, como un parche pegado a su cuerpo. Cuando esa persona se va, ya no eres nadie.

Mi vida en los últimos 15 años no es posible sin mis relaciones, ellas han constituido en gran parte mi vida, también han determinado los sitios y diferentes lugares por los que me he movido. Es por eso que salen con tanta frecuencia en mis relatos. Para mí es muy importante indagar en ellas, porque me hablan de mí: ese ser perdido que ahora estoy rencontrando poco a poco y que voy recomponiendo pieza a pieza.

La última que me derrumbó fue «L.», a la que mencioné brevemente en “R”. Anteriomente “r”. Cuando decidió abandonarme por irse a hacer un viaje de «soul-searching» por Europa, me dejó hecho trizas y hundido en la más profunda de las miserias. Y de aquí hay que preguntarse el por qué me dejó en esa situación. Como dije anteriormente lo tenía todo, y lo sigo teniendo todo en términos puramente materiales, sin embargo me dejó hecho papilla. Ella fue el verdadero disparador y su pérdida (de la que doy gracias) marcó el comienzo para mí de esta aventura.

Tras ella me encontré de bruces con mi triste realidad. Me dí cuenta, y tuve que aceptar con dolor, que estaba completamente vacío.

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«L.» se aprovechó de mi, me sacó dinero, me utilizó deliberadamente, pero no hizo más que aprovecharse de la situación, quizás mucha más gente lo hubiera hecho. Yo estaba totalmente entregado, me había convertido en un «materializador» de las necesidades de la otra persona, y, como podréis intuir, esto se debe que yo me negaba las propias, o, de otra manera, anteponía las suyas a las mías. En realidad, sí que las tenía, como cualquier persona. Conforme mi enemigo interior, mi EGO, iba acumulando cabreo (hay que tener en cuenta que por mucho que te fundas con otra persona el EGO está ahí requiriendo atención y pidiendo satisfacer sus necesidades) yo iba generando tensión interna; esta tensión se manifestaba en malas contestaciones, generación de estados de incomodidad, broncas estúpidas, y se instalaba en mí un estado de angustia e ira; y por otro lado, mi pequeño yo-niño, dependiente, no podía soportar la posibilidad de perderla, perder su cariño, amor y atención. Todos buenos ingredientes para el cóctel explosivo.

«L.» podría tener bastantes cosas feas y muchas historias turbias, pero es cierto que tenía vitalidad, era pura energía, era una sin vergüenza, tenía frescura a raudales y para colmo de mis males, físicamente era una diosa. No quiero descentrarme… En fin, era pura energía, y yo un ser expectante, un chupador profesional de energía, así que hicimos una buena pareja durante algún tiempo. Duró hasta que se dio cuenta que yo estaba vacío. Vacío porque no tenía necesidades, no tenía planes, no tenía gustos, no tenía proyectos propios, y todo lo externo me venía (aparentemente) siempre bien.

Y, amigos, no nos engañemos, la gente no está en nuestra cabeza, solo ve lo que se le muestra, y si no muestras nada, pues piensan que eres un ser inerte, un robot. Yo, era un ser sin resultados (salvando los laborales). Era un músico en proyecto, un artista en proyecto, en definitiva, me había convertido en un proyecto de persona.

Ahondemos más en cómo fue que tomé consciencia de la situación. Para eso necesito todavía hablar más de «L.».

Nos «enamoramos» terriblemente en una isla del noreste de Indonesia, es un paraje idílico. Fueron solos 3 días, que todavía conservo grabados en mi memoria y recuerdo cada minuto (quizás algún día le dedique más palabras). Después de esos tres día, ella marchó hacia el oeste para seguir con sus vacaciones y yo volví a España un día más tarde que ella partiera. Continuamente seguíamos enviándonos mensajes de adolescentes llenos de «amor», melancolía y palabras dulces. Lo gracioso es que yo retorné a mi pequeña ciudad, y ella, en vez de retornar a su país de origen al término de sus vacaciones, decidió emprender rumbo a España y venir a instalarse conmigo. Loco y excitante teniendo en cuenta que vivía en la otra parte del globo y además nunca había viajado antes a Europa y menos sabía hablar español.

Bueno amigos, pues vino, se instaló conmigo. Desde el minuto cero, mi casa se llenó de alegría, había un aroma a felicidad que se dejaba sentir en la decoración (había cambiado cosas) y era una casa ¡llena de vida! Le preparé una bonita bienvenida, y cuando la recibí en mi casa, era el tío más feliz del mundo. Todavía conservo una foto de aquel día, teníais que ver el brillo en mis ojos, y mi sonrisa. Estaba rebosante de alegría.

No quiero ahora meterme en detalle en lo que pasó después, ya hablaré de todo en algún otro post (si me apetece), el caso es que a los pocos días de llegar y tras una noche de copas, tuvimos una discusión en la que salieron a relucir lo peor de mis tinieblas: celos, miedo, ira. De un minuto al otro, la perdí. Por cierto, el sexo violento que tuvimos esa noche fue el mejor de todos. En fin, se alejó, ya nada podía hacer para que se acercara. A partir de ahí me pidió que siguiéramos juntos como amigos. A los pocos días la acompañé a Barcelona, desde donde cogió un billete eurorail y desapareció de mi vida (temporalmente).
artlimited_img442805-1Fue triste. Al volver a casa, el piso había cambiado totalmente de color, ya no había perfume, todo volvía a ser gris, como era yo. Pasé muchos días y noches sin entender qué había pasado, llorando, y sintiéndome una basura. Comenzaba a ver con claridad,  toda la mierda emergiendo a través de mis poros, como si una alcantarilla atascada de podredumbre empezara soltar por su boca metros cúbicos de líquido apestoso inundando cada centímetro de mi corazón.

En principio lo pagué con ella, la culpaba profundamente, aunque también me culpaba a mi por haber permitido que pasara. En realidad no veía el alcance de todo aquello, tan solo lo intuía. Pasé ese primer bache y, pasadas un par de semanas, cuando ya creía haberlo superado, me llamó desde Londres un miércoles por la mañana temprano. Estaba llorando y me dijo que se sentía al borde del suicidio. Sí amigos, imaginad. Me marché a Madrid, cogí un avión ese día y me planté allí por la noche. Estaba perfectamente, pero con una resaca de cojones y un bajón lógico tras una fiesta de puta madre, harta de drogas. ¡Y ahí estaba el bueno de «R.»! Bueno voy rápido que esto no es lo importante. En Londres pasamos dos de cuatro días magníficos, un tercero con discusión y alejamiento por parte de ella, y un cuarto día lamentable. El cuarto día por la mañana, con las maletas en la puerta del hotel y dispuestos a ir a la estación, me estaba diciendo de la manera más bruta que recuerdo, todo lo (malo/defectuoso) que pensaba de mi. Fuimos a la estación, pasamos dos horas sin hablarnos en la estación de tren, uno junto al otro, esperando a que ella cogiera su tren destino Bruselas. Nos despedimos abrazados, nos besamos y le dije que no nos volveríamos a ver.

Regresé a mi casa, lloré a gusto y me puse a reflexionar sobre todo. Y TODO es TODO. Comencé a repasar relación tras relación, mi vida en general. A partir de ese momento, todavía sin tener una idea clara, supe que tenía problemas internos graves que solucionar. Tenía que sanarme, y así es como empecé de una vez a bucear en mi mismo, en mi historia, mis comportamientos comunes (patrones), mis angustias, mis miedos… Aquél momento marcó un antes y un después a mi vida. Así que aquí me encuentro ahora, sigo investigando y adentrándome más y más, conociéndome más a mi mismo, con un simple objetivo: reencontrarme con lo que verdaderamente soy.


2. Nudo

Dejando el tema «L.» atrás (lo importante es fue el disparador que me hizo despertar) y volvamos al tema principal del post: el vacío; mirad, las personas, cada uno, nos vamos acercando a la energía, somos tremendamente sensibles a ella, y de manera opuesta, nos alejamos de quién no la tiene. Es triste quizás, pero es una realidad. Las personas deprimidas, tristes, oscuras ¿pensáis que tienen muchas relaciones personales? Probablemente ninguna, y el caso es que eso agrava aún más el sentimiento de aislamiento y de soledad, y por lo tanto alimenta la propia depresión, generándose un ciclo pernicioso.

Yo era un ser sin energía. No tenía nada que ofrecer.

Me había quedado por fin solo, y la realidad se me echó encima. Aparte de muchos otros problemas más, me di cuenta que no tenía cerca gente «nueva». No había nadie que me llamara que no fuera por temas de trabajo, o que no fueran viejos amigos y conocidos. Mi facebook no tenía solicitudes de amistad, no había mensajes y ni actividad social por mí mismo era como un encefalograma plano. Me di cuenta de la soledad en la que me encontraba, pero ¡claro! ¡Por favor! «¿Qué te has ganado ‘R.'»? -Me preguntaba a mi mismo. «¿Qué has hecho para que esas personas aparezcan en tu vida? ¿En qué has participado? ¿Qué es lo que esas personan han podido sacar de ti? ¿Qué tienes que ofrecer chaval?» Pues muy poco. Durante años me mostraba bastante apático con la realidad, y muy activo con mi imaginación. No me apetecía hacer nada, mis días iban del trabajo a la casa, de la casa al trabajo, el fin de semana saliendo un poco por ahí, narcotizándome y vuelta a empezar. Mi vida se encontraba flotando en mi mundo interior.

Antes de «L.», estuve apunto de casarme con «S.», en 2015. «S.» era, y es, una mujer muy atractiva con la que pasé cuatro años tóxicos (aunque eso es otra historia). Lo que quiero contar es que ella tenía super claro cuáles eran sus gustos, su música, sus vídeos, los manifestaba constantemente y casi la casa no tenía hueco para nada más. Ella sí tenía mucha gente alrededor, era una ganadora en sus relaciones sociales, las cuales manejaba con maestría. Lo cierto es que me devoraba y yo me dejaba arrinconar por mis falta de todo, por mi gran vacío interior.

Al poco del fiasco con «L.», fui a ver a un psiquiatra que conocía a toda mi familia. Lo que quería era contarle un poco de todos los problemas que estaba sintiendo en mi vida, y como no veía manera todavía poder afrontarlos, a ver si me recetaba alguna sustancia narcotizante. Le expliqué cómo mis miedos me comían, cómo me creaba ansiedad la idea de salir a la calle y cruzarme con gente, cómo me sentía un fracasado, cómo me sentía incapaz de concentrarme en aquello que empezaba a hacer, y como sentía a diario una angustia vital interminable. Tuvimos una larga charla muy amena. De todo lo que hablamos, que fueron como dos horas al precio de una, me quedo con lo siguiente:

— Mira «R.», utiliza la razón y la mente para el trabajo, para todo lo demás, vive — No me dio ninguna cita más y se negó a mandarme ningún medicamento.

Un inciso para hablar un poco de las raíces…

Algo faltó en mi pubertad tal vez. En la pubertad uno es cuando empieza a manifestarse de una manera más exhibicionista y empieza a dar el paso hacia la construcción del joven. Se cogen piezas de aquí y de allá, se van probando cosas, se experimenta y te vas quedando con aquello que más recompensas te da de un modo u otro. Recuerdo que yo no tenía posters de mis cantantes en mi habitación (por poner un ejemplo), de hecho había realmente poco en mi habitación que transmitiera: aquí vive «R.». En mi familia existía una especie de repulsión hacia todo aquello que se expresaba de una manera fogosa, y los gustos de la gente externa eran a menudo censurados de manera brusca. Creo que aprendí a hacerlo también con los míos, quizás por el miedo de que alguien los pudiera censurar de la misma manera que hacíamos nosotros; creo que empecé a vivir como algo dañino que la gente se expresara, que indicaran sus gustos sobre arte o literatura, se pusieran un piercing, una chupa de cuero, manifestaran sus gustos  o hicieran cosas fuera de lo «normal». La quietud de lo «normal», eso era lo que «nos gustaba», lo «correcto», metidos en nuestro pequeño habitáculo donde creábamos a un mini-sociedad de la familia (vengo de familia numerosa) y en la cuál estábamos todos protegidos de lo externo y donde éramos tremendamente «felices».

Cuánto daño hacen los prejuicios. Qué malo es creerse más (y menos) que los demás, y que dañino es criticar y juzgar.

Bueno, como os decía, tras el gran fiasco que me causó «L.» y con toda mi casa llena de fango pestilente, tomé la decisión de cambiar mi vida.

Así de fácil y de simple: CAMBIAR MI VIDA.

Sí, Recuerdo ese día con gran alegría. Me miré a la cara, y me dije, amigo, se acabó, tienes que acabar con esto; este es el momento: no puedes posponerlo más. Lo que antes era una intuición ahora es una realidad pesada que se muestra ante ti de manera clara. Elegí luchar, elegí ser mejor persona, sanarme, buscar el camino hacia mismo y mi felicidad: ¡tienes que salir a la vida!

Ese día cambié mi look a uno más agresivo, más moderno y también más atractivo, me compré ropa nueva; me fui a tomar un café a ver el atardecer en un sitio que me gustaba, solo, y me hice algunas fotos para recordar esos momentos. Llegué a casa, sin parar mucho y embriagado de sensaciones nuevas y extrañas que no había experimentado hasta ese momento, me fui a ver un concierto que me apetecía, en una sala a la que no había ido nunca. Todo un reto para mí. Reto que logré superar, como tanto otros que han venido después. Me costó hacerlo, pero decidí concentrarme en lo que estaba haciendo, dejando los pensamientos atrás, y dándome espacio para disfrutar.

Lo pasé genial, conocí gente nueva, estuve bailando toda la noche escuchando un concierto de puta madre y a partir de ahí, algo comenzó a cambiar en mí. Decidí luchar, no conformarme con el vacío, y me embarqué en este precioso y revelador proceso en el cuál me hallo.

De alguna manera, y estoy cada vez más convencido de que el desarrollo de mi infancia ha tomado mucha parte en la creación de mis patrones, me fui metiendo hacia adentro. Dejé de expresarme, dejé de mostrar mis emociones, de decir lo que me gustaba. Solamente exigía, pero exigía desde la frustración del deseo incumplido, con rabia. Como un niño observador, pero en realidad ¡También era una persona! ¡Claro que tenía muchas necesidades! Que jamás veía cumplidas… Imaginad el cúmulo de frustración. El caso es que mis relaciones, en general de bastante duración y encadenadas unas detrás de las otras, no me ayudaron para sanar sino todo lo contrario, porque en ellas encontraba el amor, el cariño faltante, y con eso me quedaba contento.

Mientras me dieran cariño, comprensión y atención, no me hacía mucha falta cumplir mis ilusiones o alcanzar mis metas, quizás ya las había perdido, o no sabía ni cuáles eran. Pero cómo leches se va a ser feliz uno mismo a base de frustración. Imaginaos qué amor era yo capaz de dar siendo un infeliz: ninguno. Yo era un adicto al cariño, un mega dependiente, con cero de autoestima (asunto que trataré en detalle más adelante).

En las relaciones ambos han de complementarse, se comparte, se manifiesta, se llega a acuerdos, se trabaja, y como siempre: se hace, se actúa. Cuando mis parejas se daban cuenta de mis ausencias mentales, de mi falta de voluntad para trabajar en la relación, de mi falta también de energía, se originaba mucha tensión, que terminaba por saltar en cualquier momento.


3. Desenlace

Este blog esta significando mucho para mí. A menudo con mi compañero «T», hablamos de lo importante que es la acción: hacer, actuar. Realizar cambios voluntarios en el presente, y obtener resultado que sean tangibles y que te vuelvan a llenar otra vez de ti. Vosotros podéis pensar que esto es algo normal, una obviedad: una persona actúa, hace por voluntad propia, se manifiesta; pero amigos ¡Ese no es mi caso! Me he pasado años como ya he dicho, siendo un proyecto y pensando: ya haré, en un futuro más adelante volveré a componer, volveré a dibujar, haré, haré, haré, seré, seré, seré… Sencillamente era un ser adormecido, sin dar mis opiniones, sin manifestar mis gustos personales (en el trabajo sí lo hacía porque era mi obligación), sin decir «esta boca es mía» y dejé de existir. Sí, dejé de existir, me olvidé completamente de mi mismo, y me quedé: vacío.

Por eso los resultados son tan importantes, necesitamos alimentar nuestro SER, darle vida, emociones, pasiones. El blog me anima a tener una ilusión más a para llegar a casa. Me pongo un cafelillo, pienso en un tema de los muchos que tengo para hablar, me fumo un pito, y a escribir. Y aquí esta el resultado, esto es material, tangible, son mis emociones transcritas, mis pensamientos puros y desnudos. Nos os podéis imaginar lo a gusto que me siento conmigo cuando releo las cosas al día siguiente y veo que mis pensamientos siguen allí. Ya no me encuentro tan vacío.

No pretendo que nadie esté a gusto leyendo esto ni lo hago para complacer. Lo hago para mí mismo, pero oye, quizás puede haber gente por ahí que se haya encontrado en esta situación y al que todo esto le pueda dar una pequeña guía y le ayude a salir del hoyo.

Amigos, recordad, es muy importante: HACER. Marcad el presente con vuestra huella, haced que los días cuenten, interfiere en tu vida con pequeños actos y verás que poco a poco aparecen resultados, muchos de ellos son inmediatos. ¡No te quedes expectante! volvemos a lo de siempre ¡No seas la víctima!


No te quedes más mirando tu sombra, mira tu rostro, tus ojos, obsérvate a ti mismo,  tócate, porque esa persona, y no tu sombra ni tus pensamientos oscuros, es la que eres. ¡Vale mucho! Solo tienes que empezar a creerlo de una vez por todas.

Date vía libre y renace de tus cenizas convertido en una maravillosa forma de luz.

— Sin energía, solo hay vacío —

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